Aunque nuestra piel requiere de cuidado constante todo el año, es en esta temporada de calor cuando se vuelve un tema relevante para quienes tienen más oportunidad de ir a una alberca, salir de casa o vacacionar, entre otras actividades de verano.
La piel es el órgano más grande de nuestro cuerpo y es el encargado de funciones como regular la temperatura corporal o ser una barrera contra enfermedades e infecciones. Por ello, es importante cuidarla, en cualquier temporada, con tres pasos básicos.
En primer lugar, sin importar nuestra edad, siempre debemos utilizar un dermolimpiador o un jabón que nos ayude a mantener con buena limpieza nuestra piel. Aunque muchas veces se piensa que debe tener un PH neutro, la realidad es que, como nuestra piel tiene un PH ácido, se requiere un producto con mayor acidez para mantener este PH natural.
Los dermolimpiadores que contienen ingredientes como ácido láctico o ácido glicólico son ideales para no “romper” con la acidez de nuestra piel y promover alteraciones dermatológicas como dermatitis atópica o dermatitis de contacto.
A los dermolimpiadores se les conoce comúnmente como jabones, pero en realidad tienen propiedades químicas diferentes. Por ejemplo, los jabones suelen tener PHs más neutros y sustancias que muchas veces “barren” con las ceramidas de nuestra piel, aceites esenciales para retener la hidratación.
Por otro lado, los dermolimpiadores son sustancias menos agresivas con características ideales para limpiar la piel. En general, se puede utilizar el mismo para el cuerpo y cara, siempre y cuando se haga la limpieza dos veces al día.
El segundo paso es mantener nuestra piel hidratada por medio de emolientes o cremas. Desde la pandemia, hidratar nuestra piel se ha vuelto aún más importante, ya que nos lavamos muchas veces las manos con jabones, geles o alcoholes que resecan la piel.
Las cremas pueden ser específicas a nuestra edad o tipo de piel. Por ejemplo, en la adolescencia, cuando la piel se vuelve más grasa, se debe buscar algún producto que sea menos graso para mantener un buen balance.
Dentro de estos tres pasos básicos, el último es el uso de protectores solares. Estos productos ayudan a bloquear o rebotar la radiación de la luz solar y tienen un número específico de SPF, o factor de protección solar.
Este número es una medida que nos indica qué tanto nos protege. Es importante considerar que el mínimo SPF debe ser 30. Si observamos qué porcentaje de radiación nos cubre, éste protege del 95% de la radiación, y uno más alto, como SPF 50, de un 98%. Por ello, no existe gran diferencia de eficacia por la cantidad de SPF siempre y cuando esté arriba de 30.
Las personas suelen creer que al aplicar el protector solar por la mañana ya están protegidos el resto del día, pero su duración es de aproximadamente cuatro horas; si estamos en la playa o haciendo deporte, dura incluso menos tiempo porque se deslava, por lo que debe ser cada tres horas.
Los diferentes tipos de piel requieren un tipo de protector solar en específico de los dos que existen: los protectores químicos y los protectores minerales.
Los primeros son la mayoría de los protectores que conocemos en el mercado y estos funcionan al encapsular la radiación solar para que no penetre la piel y provoque irritaciones o quemaduras. Los minerales de barrera o físicos, por otro lado, “rebotan” esta radiación.
Aunque ambos tipos de protectores funcionan bien, hay algunas personas cuya piel es demasiado sensible para los ingredientes de los protectores y prefieren los minerales. Sin embargo, ya que existen bloqueadores solares para todo tipo de pieles, no hay excusa para no protegernos.
Con estas temporadas de calor es importante siempre mantenernos bien hidratados, ya que, al sudar, perdemos líquidos en nuestro cuerpo y puede aparecer salpullido u otras reacciones al calor.
Para estas personas, lo recomendable es tratar de estar en ambientes frescos con ropa fresca y colores claros, estar en zonas ventiladas, y, si sudamos mucho, cambiar nuestra ropa para que no permanezca el sudor en nuestra piel y provoque irritaciones.
Lo más importante para un cuidado adecuado de nuestra piel es conocerla y utilizar los productos que mejor funcionen para nosotros de la mano de un experto que nos pueda asesorar.
Si tienes alguna duda, no olvides consultar con tu dermatólogo de confianza para que te pueda ayudar con un tratamiento o cuidado más adecuado.
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